lunes, 21 de mayo de 2007

KANT Y LA ROSA IV

IV

Finaly, good sense is the body of poetic genius...

Coleridge

La facultad de juzgar es la facultas discretiva latina, el discernir, el reconocer que distingue, y en tanto carece, para el juicio de gusto, de determinación, es un discernir reflexionante que busca el sentimiento de gozo en la belleza.[1] ¿Cuál es la finalidad de la poesía? El genio poético romántico busca en la creación la instauración del gozo como cuerpo de lo bello, la construcción de la fortaleza sobre las bases del sentimiento ante lo inefable que no se puede definir, pero de lo que se puede aseverar que es verdad por su propia presencia. Los románticos alemanes hablaban del Witz como demiurgo creador, y el mismo Novalis idealizaba, en lo inmarcesible de una flor azul, la aparición, nunca subsumida, de lo bello ante el hombre. Quizá en cada poeta que reconoció en sus versos el signo de lo bello se encuentre un indicio de la Urteilscraft kantiana. Puede que el good sense del que habla Coleridge no esté lejos de la facultad de juzgar[2], ni que la verdad que Keats equipara con la belleza sea ajena al pensamiento kantiano de la Urteilscraft como facultad de conocer.[3] Por ende, la belleza se descubre en el ejercicio del juicio, así como éste sólo pide ser ejercido para realizarse como tal. Luego, ante el gozo y el disgusto, ante el amor del Canto IV de la Eneida y el Descenso al Reino de las Sombras del Canto VI, se detiene el tiempo, y en ese instante, que, como es sabido, pide eternidad, la belleza muestra su rostro aunque sólo lo haga para marcar un vestigio en la memoria.



[1] Cfr. Albizu, E. "Filosofía, política y estética en la Crítica del Juicio de Kant", Separata de las Actas del Coloquio de Lima conmemorativo del bicentenario de la tercera Crítica.

[2] Cfr. A. Domínguez Rey, El signo poético, Barcelona, Playor, 1997.

[3] Crf. Albizu, E. Op.cit. p.6 "Que el discernir sea la facultad cognitiva inherente al sentimiento de gozo y disgusto es uno de los hallazgos más notables, sutiles y difíciles de penetrar no sólo de la obra de Kant sino de toda la historia de la filosofía."

lunes, 14 de mayo de 2007

KANT Y LA ROSA III

III

Se desprende de la contemplación de lo bello un sabor anteriormente presente en la vecindad de la memoria. En el medio del océano, atribulado por la tormentosa ira de los dioses, Eneas siente que la finalidad de su vida no precisa de un fin representado, así como la rosa no se refiere a ningún fin. Ya Borges veía a la épica como una historia cuya única justicia debía ser poética, y en tanto tal, apoyada en las columnas vacías (vacías de significado preciso y definible, de conceptos) de la belleza. Una vida, la de Eneas, es necesaria en tanto debe llevar a cabo la última pincelada de un cuadro. Esa totalidad, que se pretende universal como en toda biografía apócrifa, clama por el reconocimiento, en un agón que la historia de la cultura podría denominar canónico, de su diferencia en la noche oscurecida de las artes, de su singular y única cualidad que se postula verdadera y bella. Verdadera en tanto no admite la negación de su existencia como luz centelleante, bella en tanto no admite la discusión de sus formas. Porque no hay formas. Hay sólo presentación ostensiva ante el sujeto que juzga. Virgilio, el poeta, sabe que el origen de la belleza es una lámpara sostenida por los vestigios de lo que ha sido. Y en el ha sido se regodea, como quizá supo apreciar Keats, la Urteilscraft. No puede ser de otra manera, puesto que es necesario: todo poeta (todo buen poeta) lo sabe, dado que la creación es el ejercicio de la libertad.

miércoles, 9 de mayo de 2007

KANT Y LA ROSA II

Ya Wordsworth había distinguido entre la vida natural y la vida artificial, expresada la primera con el lenguaje natural y la segunda con el lenguaje artificioso. Una distinción tajante entre naturaleza y cultura, que el laquista pensaba resolver con su poesía. [1] ¿Fue para Kant, como para el poeta inglés, el juicio de lo bello la facultad de apetecer lo natural en lo artificial? En la satisfacción desinteresada ante lo bello, desprovista de un concepto, de una regla a priori para subsumirla, quizá se encuentre el germen de la cultura. Está claro que sólo de lo agradable podemos aplicar el famoso refrán "sobre gustos no hay nada escrito". Pero estimar una cosa como bella exige lo mismo a los otros, se postula como universal, sienta las bases de un acuerdo, un "contrato" que pretende legislar para los hombres lo que es bello fuera de la naturaleza, lo que el cultivo (y el culto) de quienes juzgan y juzgaron encuentra de gozo en la contemplación de los objetos creados por el hombre.

Cabría detenernos en la imagen de la lámpara de la estética romántica que bebió del manantial kantiano. La lámpara ilumina, circunda, restringe y separa la belleza de la oscuridad de las opiniones vulgares. Schlegel decía que la poesía romántica lo era en tanto universal y progresiva, quizá atribuyéndole la capacidad de discernir, en ese campo de misteriosas efervescencias, la paja del trigo.[2] El juicio de gusto que exige el acuerdo universal pretende que la paja no se confunda con el trigo, que el pan nuestro de cada día no esté contaminado con desechos, que la satisfacción alcanzada ante el objeto de la belleza alcance la universalidad por el gozo (Lust) mismo.

Cuando Eneas, en el Valle de las lágrimas del Infierno virgiliano, intuye la presencia de Dido, ¿no desea murmurar, como ella en el momento en que había reconocido su propia belleza, agnosco veteris vestigia flammae?[3], ¿no está sintiendo la experiencia de una belleza ya vivida? ¿No recrea el pasado del amor porque antes juzgó, y ahora recuerda? Digo: el juicio de gusto exige, pero sobre un a priori postulado y tal vez porque hubo -en algún antes- una experiencia previa, el conocimiento de la belleza de un objeto que en el pasado instauró en el sujeto el sentimiento de gozo (Lust), que apagado, olvidado o sencillamente no reconocido, renace e ilumina como la lámpara romántica, el encuentro con la belleza. Luego, la belleza se evapora como humo cuando se intenta determinarla, pero no cuando la reflexión del sujeto arroja sobre ella la afirmación de su existir. No importa el objeto -Eneas era el regreso del amor que había muerto con Siqueo; Dido es un fantasma que se escabulle entre el llanto de los amantes desolados- sino la evocación de lo que la Urteilscraft asimiló al sentimiento de gozo y ahora rememora. Y en el paladar de la boca del sueño, quizá sin saber aún si nos dirigimos a Cumas o a un islote más de la imaginación, lo bello place universalmente porque exigimos que así sea, porque no es necesario que un concepto nos guíe por el valle, como la Sibila a Eneas, sino meramente, que la facultad de juzgar ejerza su deseo sobre la mulier que no se digna a mirarnos a los ojos (llámese ésta Dido, Belleza, Verdad o Inefable.)



[1] Parece que tanto para Wordsworth como para Coleridge, a pesar de sus diferencias, la búsqueda de la poesía debía sostenerse en una verdad a la vez "natural" y "social". Crf. T.S Eliot, Función de la poesía y función de la crítica, Barcelona, Seix Barral, 1998.

[2] En el Fragmento 116 de Athenaeum. Citado por T. Todorov en Teorías del Símbolo, Caracas, Monte Avila, 1993.

[3] Eneida, IV, 23.

martes, 8 de mayo de 2007


KANT Y LA ROSA

Beauty is truth, truth beauty - that is all
Ye know on earth, and all ye need to know

Keats

Abro este trabajo con los versos de Keats para intentar que la lámpara romántica ilumine la oscura belleza que escapa. ¿De qué huye?, se preguntará el lector. Del sujeto que la persigue. La paradoja, si la hay, está en las palabras de Keats: la verdad es belleza, para el sujeto, que la postula como universal aunque no llegue a conocerla en cuanto tal. La belleza es verdad porque el juicio busca que así sea aceptada por los otros, y exige que la reflexión llegue a buen puerto: la concordancia final de un objeto con las facultades de conocer[1]. Busca, aunque no encuentra, presupone un principio a priori, aunque no sea éste determinante. Dado que para Kant el juicio estético juzga según una regla, pero no según conceptos, no resulta descabellado asirse del borgiano mandamiento: busca por el placer de buscar, no por el de encontrar. Sin embargo la duda, agazapada tras la reflexión, pregunta: ¿encuentra su fin -su fin final- el juicio estético? O, dicho de otra manera, ¿es la belleza aprehensible como la rosa, más allá de la experiencia subjetiva ante el objeto que la "porta"[2]?

Digamos, en un intento de análisis: si el juicio de gusto no es un juicio de conocimiento, "no es lógico, sino estético", en términos de Kant, ¿cuáles son las necesidades (subjetivas) para juzgar lo bello? Luego, ¿es lo mismo lo bello para Keats que para Kant, para el poeta y para el filósofo? Puesto que es el sujeto el que juzga las representaciones sin un determinante a priori -aunque lo postule-, la respuesta parece perderse en los laberintos de la experiencia subjetiva. Puesto que la belleza es verdad, y ésta un acuerdo que se sostiene, por más que no sea sino transitoriamente, en la totalidad, la respuesta parece encontrar su filum Ariadnae en el edificio de un Dédalo romántico. Luego, y dado que para Kant el juicio de gusto es desinteresado, la satisfacción del poeta debería coincidir con la del filósofo, o al menos exigir, en su pretensión de universalidad, esa coincidencia. Más aún si el juicio de gusto es contemplativo y sólo le place el objeto, en detrimento de su existencia. Ya lo dijo el filósofo: "agradable es lo que deleita, bueno lo que es apreciado y bello lo que place"[3]. Ergo, podemos preguntar, ¿place la verdad? Y contestar desde Keats: es todo lo que necesitas saber. Si la belleza vale sólo para los hombres, como dice Kant, la verdad, también. Los pocos sabios que en el mundo han sido, parece haberlo sabido ya Fray Luis, descifraron este enigma.



[1] Es, para Kant, la condición universal de los juicios reflexionantes. Cfr. Crítica del Juicio, Trad. De M. García Morente, México, Ed. Porrúa, 1997, Introducción, VII. De ahora en más, Kr.

[2] Las comillas se deben a la duda planteada por el mismo Kant: "Hay que distinguir, dice, aún los objetos bellos de los aspectos bellos de los objetos (que a menudo, por el alejamiento, no puden ser conocidos claramente.)" (Kr, p. 236)

[3] Kr, p. 213. Cabe acotar que Kant hace hincapié en que la belleza sólo vale para los seres razonables, aunque sin que por esto medie el interés de la razón.

viernes, 4 de mayo de 2007

INCIPIT

En el principio era el verbo. O la acción. O el hecho. Quizá la fallida traducción de Fausto, pero no sólo ella, sea una primera forma de encontrar el comienzo. Pero no siempre las cosas suceden sub specie utilitatis.